Bibiana Bernal
Marzo, 2018
Calarcá, Colombia, 1985. Poeta, narradora, editora independiente y gestora cultural. Su poesía ha sido traducida al griego, inglés y rumano. Directora de la Fundación Pundarika y la editorial Cuadernos Negros, fundada hace 12 años.
Ha sido invitada a múltiples encuentros literarios e incluida en antologías de poesía y minificción y revistas nacionales e internacionales. Autora de dos libros de poesía y de varias antologías de cuento y minificción. Premio de Poesía Comfenalco, 2003, Gobernación del Quindío, 2016 y Finalista del Premio Nacional de Poesía, 2017, con su libro “Pájaro de piedra”.
Epifanía de invierno
Corro bajo la lluvia hacia la casa.
La mujer que soy desaparece.
La niña que jugaba y danzaba
por el barrio mientras llovía
recupera en mí sus pasos.
Con el júbilo de esos días
los pies juegan en los charcos.
Al abrir la puerta, mujer y niña cruzamos
mojadas por el presente y el pasado.
También la casa
Limpia la casa con desgano.
Deja polvo en los rincones
donde no llega la mirada.
Como cuando se lava el rostro
y debajo de la piel queda la extrañeza.
Solo ruina y cuartos vacíos.
Desaliento en sus manos
y en las ideas por ahí dejadas.
Abandono en ella y en la casa.
En ambas se reflejan la penuria,
y el tiempo malgastado.
Tal vez la casa
también está cansada de ella
y quiere que se vaya.
Nunca otra vez
Amanece de nuevo.
La luz vuelve a caminar a ciegas.
Amanece como si el mundo aún no naciera,
como si el sueño de donde vendrá
todavía no lo tuviera nadie.
Y si Dios no existe, ¿quién nos sueña?
Amanece en la ciudad.
Ayer todo parecía real.
Sobrevive el recuerdo de
un rostro en una calle
¿pero quién era? Amanece
nunca otra vez. El rumor
urbano comienza
la vigilia de los transeúntes aún no despierta.
Silencio
Ni escribir sobre los
pájaros ni fotografiarlos.
Solo asistir a su vuelo.
Abandonar la intención
de eternizarlos en la palabra y la imagen.
Perpetuarse en la fugacidad
de su travesía por la mirada.
Callar, con las manos y con los
ojos. Callar, no para fingir el
silencio que dejan a su paso
sino para serlo.
Tragaluz
¿Oyes un trino agónico?
Oído sin asombro,
el gorjeo de un ave
es la tribulación de tu voz.
De canto ni la memoria.
De vuelo ni el paso del tiempo.
Oyes la mudez martillando.
Memoria sin canto.
Tiempo sin vuelo.
La madera abre sus alas,
se astilla la mirada.
Vista sin asombro,
la primera luz del día
te revela que has muerto.
Hacia el crepúsculo
Entre árboles deshojados anidan sus ojos.
La mirada se le ha ido con las golondrinas.
Atardece y su cuerpo,
avidez en la memoria de las manos, se
convierte en horizonte dejado atrás.
¿Cómo puede la frontera estar a tus
espaldas y frente a ti?
¿A dónde va quien aloja
levedad y pesadumbre en sus ojos?
Huye de donde irse y permanecer es imposible.
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