Camila Charry Noriega
Abril, 2018
Bogotá, Colombia, 1979. Es profesional en Estudios literarios y aspirante a maestra en Estética e Historia del arte. Ha publicado los libros Detrás de la bruma, El día de hoy, Otros ojos, El sol y la carne y Arde Babel. Ha participado en diversos encuentros de poesía en Colombia, América y Europa.
Obtuvo en dos oportunidades el segundo lugar en el Premio Internacional de Poesía Ciro Mendía (2012 y 2015). Tercer lugar el Premio Nacional de Poesía Tomás Vargas Osorio; tercer lugar en el Premio Nacional de Poesía Casa Silva; segundo lugar el en Concurso de Poesía UIS, 2017. Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, rumano, polaco, portugués, árabe e italiano. Trabaja como profesora de Literatura española.
Revelación
Éramos tres y la calle,
pronunciábamos entre el vino
aquello que nos hace humanos:
el amor, la muerte, el tiempo.
De esquina a esquina
como si ese breve espacio fuera el mundo
y la ebriedad un útero oscuro,
nos mirábamos incrédulos
advirtiendo en el otro
la revelación de esa voluntad voraz,
fortuita
que lo mueve todo.
Se intuye el mundo en lo hondo que se esfuma
desde lo que tiembla vertiginoso en la palabra
lenta e incapaz de acercarse a esa vorágine.
Las calles del ebrio
en perpetua fuga
se caminan hacia el fondo y calladas.
Para Juan Guillermo y Camilo
***
Cuerpo adentro
El agua mece la casa.
La oscuridad
tren silencioso,
cruza y tantea los huesos.
Los habitantes observan desde los rincones
acostumbrados ya,
al vértigo que les produce
ser la estación de lo que fluye.
Las paredes son de piedra
también los objetos más elementales:
las sillas
la mesa
las camas
los cuchillos afilados por si vuelven las fieras,
también las lámparas que cuelgan de los techos,
manos abiertas,
se encienden cuando la luz las nombra.
Todo lo demás es de carne.
El agua llena todas las habitaciones,
se abre paso a través del cuerpo
y nadie teme,
han aprendido que cuando roce sus cuellos
flotarán
y chocarán los muslos, las cabezas, los pies inertes
(pequeños pájaros que convulsionan en un pozo)
y siempre habrá carne que se afila
contra el borde de las piedras.
El agua mece la casa hasta el amanecer;
luego vuelven las tareas cotidianas:
despertar a los ahogados
servir en los platos minúsculas algas
limpiar con las escobas la oscuridad de los rincones
desprender de los ojos la humedad
las visiones:
carne sobre carne el aliento humano
carne lamida,
despeñada.
***
Observaciones felinas
Un gato se desliza a través de la luz.
Se detiene y de frente mira el resplandor;
intuye la posibilidad de la sombra
revelada en su ausencia.
La eventualidad de la sombra
más real que la materia iluminada,
se precipita.
Paciente espera la noche
y observa cómo
entre la tiniebla de sus visiones
los hombres
se sueñan animales.
***
La belleza
De lo bello nos conmueve
su feroz manera de palpar
la herida que es el hombre.
Esa es la belleza;
a la intemperie aceptar de ojos abiertos
la vastedad de lo que llega.
Voluntad ciega que nos eleva fuera de los signos,
que nos iguala al parto de las cosas
llamadas a durar apenas el instante
en que se duelen, pero cantan.
***
Hueso suelto
Es el hueso suelto
Una palabra sin nombrar
y en su tuétano
habita Dios de ojos turbados.
Su voluntad es equivalente a la de todo: el deseo.
Y aunque padece las ansias de la carne
más fiero que cualquier mortal,
se retuerce sobre los que aman.
Nada lo conmueve,
quizá la piel brillante
de las jóvenes que tiemblan bajo el temporal
o la incrédula mirada de los que mueren en la guerra,
no los niños, ni los perros
no las madres desgarradas de dolor,
no.
Por eso dicen los que saben:
mejor cantarle a la tiniebla en la montaña
al cardo en el camino
al sol que enciende el hocico de las hienas.
Nada lo complace más
que los hombres hincados
por desear la pulpa abierta,
la víscera rasgada de los otros.
Y cuando todos imploran se hincha;
es el hueso que se llama como él.
Nada hay que más le alegre
que en los templos los hombres
incapaces de humana soledad,
de dolor humano en lo humano.
***
Meditación
Aquí fumando,
mal hábito deseado,
el letargo es contingencia.
Estirar la mano entre el humo y el cenicero,
amputar la ceniza y de la incisión
extirpar el signo.
Los malos hábitos
se aprenden a escondidas,
mirar bajo el vestido de una monja,
en el vino encontrar la salvación
y ante el gesto generoso de los hombres
confirmar la inexistencia de Dios.
Pertenece al artificio,
a la civilización,
el escándalo.
Por acá, solo el humo que fluye,
la pena del fósforo que no atina
al cuajo.
Cuánta carne sobre la tierra.
Cuántos coágulos.
***
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