Comunicación para la Paz
El arte de convocar a la co-gobernanza
Por Sonia Marsela Rojas Campos
Septiembre, 2024
Mucho se ha dicho sobre la Paz en Colombia, pero en realidad, es más lo que se ha dicho sobre la guerra y la violencia. De hecho, a mediados de los 80, se acuñó el concepto de violentólogos a un grupo de académicos que se volvieron especialistas en el tema y quienes, desde diversas perspectivas y disciplinas, intentaron explicar las causas, los actores, las dinámicas y consecuencias de la violencia en el país. Las investigaciones fluyeron como el agua, desde centros de pensamiento de muchas universidades públicas y privadas, y Colombia se volvió un referente de conocimiento en el tema tanto en la región como en otros lugares del mundo.
Nos acostumbramos a ver la violencia en los medios periodísticos como hechos de verdad; nos acostumbramos y nos convencimos de que éramos una sociedad que tenía el ADN de la violencia y que por ello nunca saldríamos de ese estado de perpetua agitación. La violencia se estudió como un asunto político, como una práctica que se daba en la intimidad del hogar, como un ejercicio de poder en la escuela, como una forma de relación en lo cotidiano. Los discursos que por tanto tiempo nos han acompañado, aunque aportaron a la comprensión de este fenómeno en nuestra sociedad, también nos fueron dejando sin salida, sin esperanza, sin opciones.
Por supuesto, el conflicto armado no se ha acabado y, por el contrario, en muchos lugares del país permanece y se recrudece como aferrándose a esa idea de que somos un país culturalmente violento. Tampoco se han acabado las violencias basadas en género o las que se ejercen como dominación, discriminación y exclusión. Sin embargo, desde hace ya varias décadas y particularmente a partir de las negociaciones y el acuerdo firmado por el Estado colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - EP en el 2016, nos ha estado zumbando y retumbando en los oídos la palabra paz. Los acuerdos no acabaron la guerra, pero nos permitieron soñar con la posibilidad de una vida sin violencia. Quienes tenemos la oportunidad de viajar a municipios lejanos, de difícil acceso, sin conexión vial ni de internet y que siguen entre actores armados, nos hemos encontrado con campesinos y campesinas, líderes y lideresas, jóvenes, ciudadanos y ciudadanas que piden a los gobiernos locales y nacional que les den condiciones para consolidar la tranquilidad en sus territorios porque efectivamente ven en la paz (y no en la guerra) una opción para reconstruir sus familias, sus prácticas culturales, para aportar al país desde sus saberes y sus trabajos, para reconstruir su futuro y la vida misma.
Pero estas apuestas por la paz no se escuchan, escapan a los discursos, a las noticias e incluso a la academia misma. No tenemos muchos “pazólogos” como tampoco muchos reporteros de paz. Seguimos insistiendo en la guerra no solo como acciones de aniquilamiento de la vida, sino como discurso simbólico que mantiene tensión, alimenta el odio, sostiene los sectarismos y radicalismos. Desde la información, como la presentamos y con las intencionalidades con las que la diseñamos y difundimos, lanzamos balas y bombas de destrucción hacia los proyectos políticos de quienes piensan distinto, hacia la integridad de quienes no están en la misma orilla ideológica, y convertimos en enemigos/as a quienes creemos que atentan contra nuestros intereses más individuales.
Los poderes económicos fueron inundando todos los espacios de nuestra vida con sus agendas informativas y poco a poco fuimos permitiendo que la comunicación tuviera nombre propio, que redujéramos todo el universo comunicativo a unos cuantos medios. De la mano de conceptos como objetividad e imparcialidad se nos construyó una burbuja en la que dimos por sentado que la única verdad era la que pasaba por los grandes medios.
El denominado estallido social que se llevó a cabo en el país en el 2019 no solo irrumpió en las calles y dejó ver las inconformidades de la sociedad frente a la acumulación de problemas que se tenían, sino que rompió la uniformidad comunicativa que ya se veía fisurada desde hace un buen tiempo. Los medios de comunicación alternativa existen desde hace décadas, pero se les ha intentado acallar tanto con las balas como con normativas y regulaciones que han hecho difícil su sostenibilidad en el tiempo. Aunque los esfuerzos por resistir de los medios comunitarios, populares, rurales, etc., nunca se acabaron, lo cierto es que disminuyeron su voz y su capacidad de incidencia en la construcción de agendas comunicativas distintas. El estallido social fue ese resucitador que estos medios necesitaban para volver con toda su fuerza a la vida porque durante los meses que duró se alzaron voces de distintos lados, se desvirtuaban o contrarrestaban las informaciones que se daban en los grandes noticieros, se dejaron ver los atropellos que se cometían contra quienes salían a las calles, se generaron solidaridades en torno a los y las jóvenes, los y las artistas, las comunidades indígenas, las clases populares, los y las campesinos, entre otros.
No fue solo, aunque sin duda ayudó muchísimo, que tuviéramos a la mano el celular y conexión a internet lo que facilitó la posibilidad de comunicar, fue también que sentimos la necesidad de producir otras narrativas, contar desde otros lugares, conocer otras voces. Con el estallido social produjimos un escenario público diverso tanto de historias como de lenguajes y actores.
A casi cinco años del estallido social se han mantenido muchos de esos canales regionales y alternativos y con ellos la posibilidad de romper la hegemonía de la información y la comunicación; aunque hay aún mucho que aprender para no caer en el juego de los radicalismos y la palabra que violenta, es un hecho que se han construido otras agendas que vienen desde la comunicación propia (de los pueblos ancestrales), de la comunicación popular, de personas individuales o de colectivos que buscan contar desde lugares distintos lo que pasa en el país.
De eso se trata la comunicación para la paz, de escenarios diversos, descentralizados que convoquen a historias locales y que propongan agendas comunicativas sobre lo que nos interesa a todos y a todas y no solo a unos cuantos. Se trata de una comunicación que hable de las realidades de los municipios, de los barrios, de las comunidades con sus pro y sus contra para visibilizar un país que se construye desde las periferias y no solo desde el centro. Comunicación para la paz es aquella que convoca voces para la deliberación y el diálogo y, como dice el profesor Juan Camilo Jaramillo (2023), para la “puesta en común de la experiencia colectiva” que permite configurar esferas públicas, es decir invitar a la construcción del interés común y, por lo tanto, a la co-gobernanza.
Por todo lo anterior, no solo necesitamos más medios, más canales, sino más discursos y lenguajes que usen la palabra crítica, la palabra de la fuerza comunitaria, del arte, de la cultura, de la imaginación. Es importante que la comunicación vuelva a su esencia: la producción de sentido, lo que nos convoca, lo que nos hace sentir que hacemos “parte de”. En ese camino la comunicación debe alejarse de todo lo que lleve a la violencia como por ejemplo herir, atacar, destruir con la palabra y, en cambio, recuperar la magia de contar historias, de convocar a la discusión que construye y de permitir el diálogo y la construcción colectiva. Una comunicación para la paz debe ayudarnos a construir la Vida bella, la vida del Buen vivir.
Odrig Aeda (viernes, 20 septiembre 2024 21:06)
La lucha es la misma contra el mismo que durante 531 años ha venido aplastando a los habitantes autóctonos y que hoy con la megamineria envenena la naturaleza roba tierras, infancias, derechos, mujeres, hombres, culturas. Hoy en día se hace acusiante el retorno de los saberes ancestrales para reconstruir el tejido como notario cada vez más desgarrado. Créase o no el poder de la palabra es tal que los Círculos de Palabra que han servido durante milenios en todas las comunidades autóctonas del mundo ha servido hoy día por ejemplo en los programas de 12 pasos. Nadie hace nada solo. Los medios alternativos contra los medios hegemónicos al servicio de los mismos opresores y esclavos del Wetiko, ayudan a esa integración comunitaria , como la presencialidad ayuda también en un Círculo de Palabra no solo a organizarse si no también a identificar en el propio ser esos programas que alimentan la ilusión de separatividad con uno mismo, el otre, la naturaleza y sus criaturas que impide, esta separatividad ilusoria, el cuidado porpuo, del otrx y la naturaleza y que gracias al podwr compartir desde la honestidad en un circulo se logra ese saneamiento del propio ser en el vínculo con sigo mismo para poder sanear el vínculo hacia el rededor. El futuro es ancestral o será de los psicóticos narcisistas títeres del Wetiko y del Complejo Industrial Militar Tecnocrático que no tiene ni patria, ni bandera, ni religión que dicho sea de paso la religión no es Espiritualidad está que se define en la calidad del trato hacia uno mismx el otre y la naturaleza.