El arte de demorarse, una actitud política

por Raúl Guzmán González

Mayo, 2021

En esta época de los confinamientos programados por causa del covid -19 que, en las últimas semanas en Colombia ha elevado considerablemente el número de contagiados y muertos  y de la amenaza de una Reforma Tributaria que de ser aprobada solo favorece a la élite económica del país, mi olfato recogido en la biblioteca de la casa, busca el perfume adecuado con las palabras precisas para que mi reflexión sobre esta mezcla macondina y neoliberal, ingrese a la nariz y por esa vía llegue al alma de quien me lea. 

Huelo entonces un texto del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, denominado “El aroma del tiempo”, un ensayo publicado por primera vez en el año 2009. En su portada observo pétalos de rosa roja, una de mis flores preferidas. Este pequeño libro de la editorial Herder, nos invita en el siglo XXI a cultivar el arte de demorarse, de tomar tiempo para contemplar la vida, algo contrario a nuestra formación escolar y universitaria en el país del olor de la guayaba. Ese mismo, gobernado por el títere de un patriarca que llegó a su otoño en alto grado de descomposición y ha considerado siempre que toda nuestra geografía es su finca. 

Nos dice el filósofo formado en las universidades de Friburgo y Múnich que la absolutización de la vida activa es la generadora de la actual crisis a la que nos ha conducido el mundo del trabajo, lejos de crear un ambiente propicio a la dignidad humana, conforma animales laborales hiperkinésicos, de mente dispersa que van de un lugar a otro, huyendo de sí mismos; en su activismo, pierden la capacidad para demorarse y contemplar. Son seres vedados para las artes amatorias que exigen tiempo y dedicación, la consecuencia de no demorarse en esas prácticas es nunca acceder al deleite prolongado y al éxtasis. Por otra parte, la ausencia de contemplación en la política, produce individuos de escasa lectura para interpretar responsablemente y con criterio el ejercicio de la participación ciudadana y de los derechos humanos.

En Colombia a partir del gobierno de César Gaviria iniciamos aceleradamente la carrera neoliberal con aquello que él denominó la apertura económica bajo el eslogan de “¡Bienvenidos al futuro!” Desde ahí la pauperización laboral acostumbrada en los sectores más vulnerables de la población entró a la clase media y nos vimos obligados, para poder sobrevivir, a poseer varios contratos laborales de prestación de servicios al mismo tiempo, así nos convertimos en hombres independientes, que pagamos nuestra “seguridad social” y formalmente carecemos de subordinación laboral, lo cual en la práctica no ha sido cierto. En ese marco de perspectivas, la vida ha sido y es acelerada, siempre nos falta tiempo para el amor y para el buen vivir, nuestros hijos crecieron en el jardín infantil, en el colegio, con las empleadas de turno y no los conocimos como se debe conocer a un ser humano, lentamente con el detenimiento característico del arte de demorarse. 

Nos prepararon en el marco de la posmodernidad para la producción, la competencia, el éxito neoliberal, es decir, triunfar, no importa el cómo, pero ante todo triunfar, por eso en Colombia hemos sido amigos del dinero fácil, para ello el narcotráfico y la corrupción se convirtieron en cultura. Han la llama, la sociedad del rendimiento. En esa sociedad no solamente nos explotan, de igual manera, nos sobre-explotamos a tal punto que ya no nos queda tiempo de indagar por los delicados pétalos, que con su aroma llenan de sentido los diversos momentos del afecto, de la intimidad, del silencio, de ese espacio de velas encendidas donde se toma un vino y se lee un poema. Muy a la manera de los filósofos griegos de la antigüedad, porque ellos comprendieron el valor de la filosofía como vida teorética, en esa dirección apunta Han, retomando el concepto de vida contemplativa, incomprensible para los hombres de ahora, imbuidos en las reuniones virtuales sin el olfato de la piel del otro. 

Byung-Chul Han en “El aroma del tiempo”, afirma que nos encontramos ante la atomización y dispersión de nuestros días, que no es otra cosa distinta, que la atomización de la identidad,  Han nos dice que así nos identificamos con lo efímero y nos convertimos en seres radicalmente pasajeros. A este fenómeno que nos compromete y nos asedia, lo denomina disincronía, en ella sufrimos de la ausencia de un ritmo y coherencia orientada hacia un final que le otorgue sentido a la vida. De esta forma, si el ciudadano carece de ese sentido en su casa y en el lugar de trabajo, menos lo tiene en el ámbito de las polis, por eso no le importa nada la ciudad, la participación, ni la democracia como obra arte (así la denomina otro filósofo, Humberto Maturana).

Ante la huida del tiempo que se nos escapa, como se nos desvanecen los olores que ya no apreciamos en nuestra loca carrera, de acuerdo con el autor, estudioso de Nietzsche y Heidegger, la muerte ya no es consumación de una unidad con sentido y pasa a convertirse en un final a destiempo. Ella nos sorprende impreparados, con la obra inconclusa, en términos de Nietzsche sin el debido tiempo, en el lenguaje de Heidegger, es el ser libre para la muerte, porque ella la alimenta de significación.

Han analiza en su libro las razones que producen la disincronía, pero va más allá al plantear que existe una posibilidad de recuperación, si como sociedad estamos dispuestos a adoptar otra forma de vida con su propio aroma. Esa forma implica revitalizar la vida contemplativa, liberándonos de la compulsión por el trabajo para penetrar en los paisajes de lo perdurable y sosegado.

Así el arte de demorarse, es una actitud política poética revolucionaria porque radicalmente transforma la vida de una sociedad de hombres ocupados que trabajan en exceso y, por lo tanto, carecen de tiempo para vivir, si por vida entendemos un quehacer, es decir, un hacer con sentido.

Esta actitud política poética significa un retorno a la filosofía, al caminar despacio, atento a los pétalos del camino, como una opción frente al neoliberalismo salvaje en Colombia que ha abandonado al ciudadano dejándolo en manos del sistema financiero dirigido por los bancos, los empresarios de la salud y de la educación, los feudales despojadores de tierras, los fondos privados de pensiones, de las multinacionales con el ojo puesto en nuestros recursos naturales, las ramas del poder público arrodilladas al presidente, su partido de gobierno y sus cómplices. 

Sin embargo, en un año de importantes definiciones políticas y en plena pandemia que nos exige cuidarnos en casa, en lugar de desacelerar el ritmo, escuchar nuestro cuerpo y emociones, dialogar con cada miembro del hogar, nos asalta el exceso de teletrabajo y se multiplican las actividades en casa, aumentando el consumo de los servicios públicos, crece la tensión familiar y en algunos casos aumenta la violencia, el estrés, la depresión. El miedo al contagio del virus nos acecha interrumpiendo nuestro sueño, aparece en cada estornudo, se manifiesta después del noticiero de televisión, llega acompañado del miedo inodoro a la muerte, reforzamos el lavado de manos, la distancia que nos aleja del beso y del abrazo.

Ante este contexto, lo poética y políticamente revolucionario, contrario al mandato neoliberal de producir hasta autodestruirnos, propio de una sociedad del rendimiento, es como “La estrategia del caracol” en versión cotidiana, es recuperar los olores y sabores habituales, tomar un té, un café, debe ser un motivo para transformar ese hecho ordinario, en una ceremonia que nos brinde sosiego. Inventemos un nuevo aroma del tiempo conversando con nuestros seres amados, sin mirar el reloj, ni el celular, ni la televisión. Pasemos largas horas meditando en pijama, leyendo un buen libro, escuchando la música preferida, no dejemos de ir a los parques a contemplar las hojas de hierba mientras recordamos a Walt Whitman: “Las casas y las habitaciones están llenas de perfumes /…los anaqueles están cargados de perfumes, / respiro yo mismo la fragancia, la reconozco y me gusta”. Todo esto constituye el arte de demorarse.

Me despido de Byung-Chul Han y de Whitman, ya no está más conmigo “El olor de la guayaba” de Gabriel García Márquez, me iré ahora “En busca del tiempo perdido”, pero no el de la obra de Marcel Proust, sino del mío; el neoliberalismo ya no podrá detener mi viaje, he cerrado mi cuenta en el banco. 


Raúl Guzmán González,

poeta y magíster en filosofía.

www.raulguzmangonzalez.com