• Crónicas gatunas •
Felinos Despertando Mariposas
Por Ana Mercedes Abreo Ortiz
Febrero, 2024
Confieso que no me gustaban los gatos, prefería a los perros. Aunque de niña, tuve contacto con su ternura y fue placentero, al crecer fui olvidando el mágico y relajante ronroneo de sus dulces caricias; creo que este olvido se debió a un exceso de razón. Tanto se dice en este mundo occidental sobre la enfermedad que producen los gatos, que solo pensar en sus pelos ya me producía alergia y temor. Crecí entonces con cierta distancia hacia ellos.
Con cierta frecuencia escuchaba comentarios sobre la ternura de los gatos – tal vez sea cierto, pensaba-, pero no era algo que me inquietara. La dureza a la que lleva el exceso de razón, poco daba en mí para pensar en la dulzura de los gatos.
Sin embargo, unos pequeños visitantes nocturnos de cola larga, buscando dónde robar comida, hicieron que me acercara a ellos, a esos felinos de uñas filosas, capaces de trepar por todos lados, con tal agilidad y precisión, que no hay presa que se les escape. En una danza juguetona entre cándida y salvaje, una dulce felina logró liberarme, en aquellas noches, de los intrusos visitantes. El encuentro con ella, y nuestra posterior convivencia, inició como algo circunstancial. Su encuentro protector de cada noche fue tejiendo entre nosotras un vínculo cariñoso que dio honor a su nombre: “Cariñosita”.
A pesar de vivir a la intemperie, en una zona rústica y seca, su pelaje era esponjoso y suave, blanco y limpio como su inocencia; el blanco pelaje de base, resaltaba las rayas grises que adornaban su cuerpo, aquellas típicas que se dibujan en el cuerpo de muchos felinos.
Debido a las circunstancias, tuve que separarme temporalmente de ella. Pasado un tiempo, en mi nuevo sitio de vivienda volvieron los pequeños visitantes, ya no solo por las noches, sino también por las mañanas y algunas tardes; más que visitantes, estos seres tenían la clara intención de volverse propietarios de mi cocina en aquel entonces. Sin poder contar con la compañía y hábil destreza para la caza de mi linda Cariñosita, tuve que acudir a adoptar la compañía de un nuevo gato. Esta vez fue un felino criollo de manchas blancas con negro y nariz rosada, que también había nacido en el campo.
Confieso que mi intención no era encariñarme con él, ya tenía la presencia de Cariñosita, que aunque ausente en ese momento, el vínculo y el cuidado permanecían, -ya tenía una gatita- me dije, así que este nuevo inquilino tendría la fría y calculadora labor de espantar y cazar ratones, ¡nada más! Clara fue mi sorpresa, cuando después de superar su entumecido temor por estar en un espacio nuevo, este dulce ser, que no contaba con mayor edad que aproximadamente tres meses de vida, se desplazó en su primera noche hacia mi cama y se acunó, primero en mi hombro, luego mi pecho, donde se quedó muy quieto toda la noche y así noche tras noche. No tan experto cazador como Cariñosita, logró ahuyentar con su corta edad a todos los ratones, no sin ayuda, por supuesto, de una gran labor de limpieza. Una semana después de su llegada, ya no se acercaban a mi cocina aquellos intencionados visitantes.
Su juguetona dulzura no tardó en cautivar mi corazón y decidí llamarlo “Motitas”, por su suave pelaje como motas de algodón blancas y negras; la abreviatura de su nombre, es una expresión un poco más robusta: “Mottas”, y así se quedó.
Su dulzura y capacidad de aventura juguetona era tal, que logró aquietar el instinto cazador de “Lua “, una hermosa pastor alemán que había cazado a todos los hermanitos de Cariñosita y otros gatos, siendo ella la única sobreviviente. Mottas poco a poco, fue acercándose a Lua, quien al cabo de escazas semanas permitía que Mottas jugueteara con su nariz y se comiera la verdura sazonadora de su plato de comida.
Al cabo de unos meses de estas peripecias, llegó el momento de cambiar de vivienda y volver al encuentro con Cariñosita, tras la triste despedida de Lua, que ya se había encariñado con Mottas. El encuentro de los dos felinos no fue nada fácil; a pesar de la ternura de Cariñosita, el recibimiento del nuevo habitante fue más agresivo que tierno, aunque sin llegar al daño; este encuentro casi me costó perder la compañía de esta hermosa gatita. Por fin logré que Cariñosita entrara en la casa y el resto lo hizo Mottas, que nuevamente, con su estratégica dulzura y juegos similares a los que capturaron el corazón de Lua, y también el mío, ganaron la aceptación de Cariñosita, al punto que hoy en día, son dos afectuosos compañeros inseparables.
Unos meses después, en tiempo y en muchas vivencias trasformadoras y mágicas experimentadas con esta pareja de felinos, llegó el momento de partir definitivamente del país que nos albergaba y volver a casa; ni por un momento pensé en dejarlos, mi viaje sería su viaje, donde yo estuviera mientras tuviera vida, siempre sería su hogar, ya no eran simples compañías cazadoras para librarme de los roedores, se habían convertido en dos Seres vinculados a mí, algo un poco ilógico para algunos, más aún en un viaje en tiempos de pandemia. Sin embargo, todo resultó favorecedor, aún el hecho de que ellos decidieran viajar conmigo, que en el mágico vínculo establecido, fueron libres de tomar su decisión.
Ya en casa, en todo el sentido de la palabra, he ido comprendiendo que mi relación con ellos no solo se ha caracterizado por aventuras y traslados, sino que, y lo más importante, compartir con Mottas y Cariñosita ha sido un viaje al interior de mi Ser. Mottas me ha salvado en dos ocasiones de prisiones simbólicas en las que al no tener él cabida por no ser bienvenido, mi amor por él me ha protegido de librarme de cárceles y carceleros; Cariñosita, con su sanadora presencia ha sensibilizado mi piel y me ha ayudado a descubrir la mística de la vida, bien dicen que los gatos tienen la capacidad de percibir las energías invisibles al ojo humano y ejercer un rol limpiador y protector. Más allá de la “utilidad” que puedan tener estos hermosos seres en nuestras vidas, lo más valioso e importante para mí, ha sido su labor transformadora, mostrándome que los roedores no son solo visitantes de cocinas, sino que también, en nuestra mente plagada de lógica y razón, habitan miles de ratones que nos roban la energía de la serenidad y de aquella inteligencia que conecta con lo que verdaderamente somos; acaso porque en occidente se nos ha enseñado a temer a la naturaleza, a alejarnos de ella, incluso de nuestra Naturaleza Interior y nos hemos acostumbrado a ello.
Ahora comprendo, que la presencia de felinos en nuestras vidas, más allá de todo lo que se pueda decir de ellos, radica en su potencial para permitirnos abrir nuestras alas y aprender a volar, tal vez por su origen silvestre y salvaje llevado a la vida doméstica, nos permite, al entrar en contacto con ellos, comprender que la vida es un juego continuo en un bosque lleno de flores, en el que tenemos la natural capacidad de volar como mariposas disfrutando el colorido paisaje ondeante de la vida, desplegando el dorado brillo de nuestro Ser, sin miedos, con la seguridad de la aventura en conexión con ese alerta sereno que les es tan propio y que nos invita a la meditación, aquella que nos ayuda a identificar cuándo actuar rápidamente, atentos, pero en precisión y tranquilidad.
Mi relación con Mottas y Cariñosita me ha permitido dar el paso del predominio de la razón al reconocimiento de mi SER, sintiendo que el alma, la psique, tal como lo definieron los griegos, es una mariposa y, como tal, el símbolo de nuestra continua transformación.
Gracias amados felinos, por haber llegado a mi vida con su energía, permanecer en ella y llevarme a sentir, las alas de mi mariposa, aquellas que me van a permitir ondear el aire de mi “libertad”.
Mercedes Abreo (miércoles, 28 febrero 2024 16:18)
Arandanoz, muchas gracias por tu comentario, tus palabras nos motivan a seguir escribiendo. M.
Arandanoz (miércoles, 21 febrero 2024 17:59)
Que noble escritura, me recordó los interesantes artículos de Selecciones de Readers Digest.