Por Felipe Pineda Ruiz*
felipepinedaruiz@gmail.com
Mayo, 2019
Comerciantes de la carrera séptima dicen que al contratista de la peatonalización, Peatones Go, se le acabó la plata. Saldo? 20 meses de retraso de la obra y atracos a diario.
“Nos vendieron la séptima peatonal como una emulación de Berlín. Lo que terminamos viendo fue que esto se convirtió en Afganistán”, dice don Pedro, uno de los pintores tradicionalmente ubicados en el primer piso de la Empresa de Teléfonos de Bogotá (ETB).
No es una exageración: el drama del contrato de la séptima peatonal parece no tener fin. Firmado en febrero de 2015, durante la administración de Gustavo Petro (ver copia), la obra contempla más de 33.000 metros cuadrados de espacio público y 1.1 kilómetros de cicloruta, en un corredor que limita el tránsito rápido de las bicicletas.
El presente artículo tiene como eje central la fase 2 de la obra, comprendida entre la Avenida Jiménez y la Calle 24. La fase 1, entre la Plaza de Bolívar y la Avenida Jiménez, fue terminada a finales de 2015.
Entre comienzos de 2016, y agosto de 2017, la obra estuvo detenida debido al incumplimiento del contratista, Peatones Go, quien en la actualidad aduce problemas financieros que le impiden terminar la intervención. Parece que la obra se esfuma vertiginosamente, como la discreta gestión de Peñalosa en las encuestas.
Lo que en principio pensaba ser mostrado como el paradigma de la renovación urbana del centro, ha terminado convertido en un elefante blanco que desplomó los ingresos de los comerciantes del sector, como se desprende de la encuesta de percepción de inseguridad, realizada por Fenalco en 2017.
Para complejizar todavía más el problema, en las últimas semanas la maquinaria, junto con los obreros, han desaparecido. Vecinos y comerciantes alertan desde ya sobre un posible abandono de la intervención, por parte del contratista. La ciudadanía exige planes de acción contingentes, y efectivos, para que los $34.382 millones de pesos que costó la obra no se pierdan.
De la promesa de una céntrica séptima sin parque automotor, colmada de cafés al aire libre, desbordada de actividades culturales y evocaciones parisinas, mutamos a la séptima tomada por la indigencia y las ventas ambulantes desreguladas. En lugar de sentirnos arropados, por el aire del frío paramuno y la calidez de otras personas, pasamos a temerle a la noche, y a los ladrones que aparecen súbitamente en la polisombra.
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* Felipe Pineda Ruiz, publicista, investigador social, director del laboratorio de innovación política Somos Ciudadanos
Por Felipe Pineda Ruiz*
felipepinedaruiz@gmail.com
Noviembre, 2018
El centro de Bogotá es el reflejo de las disparidades culturales, económicas y sociales del país. Aunque éste alberga uno de los enclaves financiero-bancarios más robustos de Colombia, una de las tres localidades que lo conforman, Santa Fe, es una de las cuatro con mayor población en condición de pobreza en la ciudad, alcanzando el 23,2% de sus habitantes. Santa Fe es a su vez una de las dos localidades con más alto porcentaje de pobreza multidimensional, 17,4%, solo superada por Bosa (DANE - SDP Encuesta Multipropósito 2014).
En el centro de Bogotá coexisten no solo personas de diferentes regiones y etnias sino una amalgama de dinámicas que se yuxtaponen. En un territorio de tan solo 130.000 habitantes barrios populares colindan con otros de estratos 4 y 5. En pocos metros es posible cotejar realidades diametralmente opuestas. Y es precisamente ese uno de los puntos nodales de la discordia: la gentrificación.
Entendida como “la transferencia de un lugar de una clase a otra, implique o no cambios físicos” (Salins, 1979:3) la gentrificación está cambiando las dinámicas del centro mediante el auge de una burbuja inmobiliaria sin precedentes en este sector.
Proyectos como City U (perteneciente al triangulo de Fenicia), BD Bacatá, Museo Parque Central, Entrecalles, las Torres Atrio, y la Torre Barcelona han valorizado el precio de los suelos del sector sin generar plusvalías, medidas en transferencia de rentas y beneficios tangibles, para los moradores de las zonas adyacentes.
Este proceso ha devenido en dividendos económicos para los constructores, traducidos en aumentos exorbitantes del valor del metro cuadrado en ciertas zonas del centro de la ciudad (https://bit.ly/2Ln7BoL). El auge de nuevas construcciones ha traído consigo centenares de nuevos residentes con niveles educativos, y adquisitivos, más altos que los de la media de los habitantes con cierta antigüedad en el sector. La oferta de apartamentos en alquiler, y de bienes y servicios, aumentó de la misma forma que el costo de vida en el sector (muy por encima del IPC decretado por el Gobierno Nacional).
Lo anterior ha terminado por configurar un proceso de gentrificación menos agresiva, cuyos afectados son personas que ante esta sumatoria de variables han optado por alejarse del sector. De otra parte, no todos los proyectos urbanísticos en el centro han sufrido procesos de beneficio recíproco en las negociaciones entre constructores y propietarios. El Plan Parcial de Renovación Urbana, del Triángulo de Fenicia (Decreto 146 del 30 de marzo de 2016), se ha constituido en un paradigma de enajenación involuntaria en el cual los propietarios son obligados a vender so pena de ser expropiados.
Mediante una sofisticada estrategia de relaciones públicas, en la cual la premisa de la “responsabilidad social empresarial” emerge como un salvavidas para la “subclase” empobrecida del sector, la Universidad de Los Andes ha vendido el proyecto como una oda a la filantropía, que se resume en uno de los apartes de su sinuosa campaña: “por eso queremos invitarlos, queridos propietarios, a que se asocien, a que no se vayan del barrio. Bajo un esquema de vinculación, el proyecto reemplazará los metros actuales por metros en la Fenicia renovada. Vecino, no se quede por fuera. Haga parte de la renovación” (https://bit.ly/2uvBbSJ).
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* Felipe Pineda Ruiz, publicista, investigador social, director del laboratorio de innovación política Somos Ciudadanos