Mayo, 2019
Hernán Vargascarreño
Zapatoca, Santander, Colombia, 1960
Docente de literatura, editor y traductor. Dirige el sello Ediciones Exilio y la revista de poesía Exilio. Ha obtenido cuatro premios nacionales de poesía y uno de cuento. Autor de los libros País íntimo, Piedra a piedra, Tempus y Montuno. Como traductor ha publicado los libros ¿Quién mora en estas oscuridades?, de Emily Dickinson; Almenas del tiempo, de Edgar Lee Masters; y Antínoo, de Fernando Pessoa. También es autor del libro infantil El niño que no sabía jugar a la paz y coautor con Nora Carbonell del libro Cuentos de la escuela.
Correo: fundacionexilio@gmail.com
Caminos del destierro
Mira hijo, cómo esos helados ramajes
se beben las neblinas que un día
se volverán cantos de pájaros.
Y en vez de polvaredas o de vientos
o de llamas, es una música inmóvil
la que consume estos paisajes.
No quiero mirar los filos
de las montañas, madre.
Parecen cuchillos que tajan los cielos.
No quiero escuchar sus silencios.
Siento que me rompen por dentro.
Recíbelos niño, como pequeñas ofrendas.
Y oremos. Ahora somos hijos del monte.
No olvides que vamos solos
y que somos sus viajeros.
Parece, madre, que la neblina
se detiene unos instantes
para ver pasar nuestras sombras.
Esas sombras no son nuestras, hijo.
No somos nosotros los únicos que pasamos,
es el tiempo que también huye de estos riscos.
¿Y para quién ese canto oscurecido
de esos pájaros que se oyen pero no se ven?
Para la nada que vive en estas montañas,
y para nosotros hijo, para nosotros;
ahora que pasamos por la nada
algo de cantos le viene bien al alma.
Madre, quiero salir de estos caminos,
todo me da miedo entre estas neblinas.
Saldremos hijo, saldremos.
Pero ya nunca podrán abandonarnos.
Un día lejano contarás a otros estas soledades.
Madre, hubo una vez un grito como un trueno
que nos expulsó de nuestro terruño, ¿cierto?
Recuerdo que una sombra sepultó la casa
y mi padre tuvo que matar limpiamente
a un hombre. ¿Es por eso que huimos?
Sí hijo, la sombra de ese aullido y
el peso de ese trueno
es lo que nos impulsa.
Madre, ¿son estos los caminos del silencio
de los que me hablaste?
¿Y por qué este día nebuloso
es tan largo y no se acaba?
Tranquilo hijo,
ya pasamos el largo Filo del Oscuro;
solo nos falta atravesar
el Farallón de la Cuchilla.
Salgamos pronto de estos parajes
signados por el olvido,
no hay sea que nosotros también
nos volvamos el olvido.
¿Y para dónde vamos, madre?
¿Quién nos espera al otro lado?
¿Qué haremos si no encontramos ni un alma?
Es fácil hijo: tengo sed, pero no de agua.
Voy buscando mis otros hijos, sus hermanos.
Busco otra casa
que no esté hecha de sombras.
Allá lejos, en los abajos más lejanos
que aún no se divisan,
en los verdes donde viven las claridades,
en alguna parte de este mundo
tiene que estar el mundo para nosotros.
Hacia allá vamos
mientras seamos el camino.
…
Ahora recuerdo claramente:
lo habíamos perdido todo,
y sin embargo, algo resplandecía
al final de la jornada.
Cuchillos
Con este cuchillo he matado varios animales, he capado verracos y he abierto exquisitos frutos -nunca quisiera matar a un hombre. Siempre lo llevo al cincho. A los seis años me lo entregó mi padre: Esa es su hombría mijo, a cuidarla.
Cuando lo afilo en silencio, brotan de la piedra mis extraños pensamientos, los que voy afilando también para mis futuros días. Cuando lo hago brillar poniéndolo al sol, pienso en la vida de otro hombre, tan oscuro como yo.
Apenas tiene unos centímetros, y sin embargo, es el único límite entre dos machos de estas montañas. Por él se nos va la vida en un instante. Por eso lo respetamos tanto, por eso nunca lo mostramos y lo acariciamos en secreto como algo sagrado.
Tan brillante él, pero tanta sombra que hace.
La casa
Al remontar la montaña
una casa abandonada
se sostiene apenas
en los delicados hilos del olvido.
Los montes, condolidos por la pena,
evitan cualquier eco de sus lamentos
y los engullen en sus neblinas
para mitigar en algo
el duro paso de los peregrinos.
El viento, como una forma del tiempo,
ya ha destrozado puertas y ventanas,
y entra y sale a su antojo
transfigurando las quejumbres del abandono
que se esfuman ladera abajo
haciendo rodar sus huesos invisibles.
Filos
Es la hora en que las montañas ocultan sus filos tras las neblinas, esos vahos de los dioses que no abandonan a sus hijos relamidos por el monte y aromados por sus almizcles de sombra. Y no sabemos qué nos causa más temor, si el eco de los gritos de los pájaros que no se ven, si los filos transfigurando sus siluetas, si las neblinas engullendo tenebrosamente el mundo o las sombras todas del universo, suaves serpientes que se deslizan en silencio y anidan pecho adentro.
Tumbas
Estos montículos de piedras
ordenadas a manera de tumbas
asomándose a los precipicios,
son el recuerdo de hombres
que han caído a los abismos.
Algunos se van desmoronando
con el abono del tiempo,
otros ya casi desaparecieron.
Las piedras
también suelen buscar sus abajos,
quizá para ocultar los huesos de sus muertos,
para evitarle a las montañas y a los vientos
el espectáculo de sus gestos despiadados.
Este de piedras grises
apenas lo acaban de erigir.
Es un hombre recién cayendo
dentro de su propio sueño, solo,
sin las ataduras
que aún amarran nuestros pasos.
Ancianos
En esa sombra de casa vive una pareja de ancianos. Todos los días se mueren pero siempre lo olvidan. Ya no tienen perro ni animales, nada mueve el rancho. Tenemos que venir un día de estos a desyerbar sus patios.
Pasemos en silencio para no despertarlos… Así, cogidos de la mano y dormidos sobre aparejos, no saben que existen aunque exhalen sombras. Mejor para el rancho, que ya los sueña en otro mundo, pero por costumbre los sigue cobijando para no dejar morir sus muertos.
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*Poemas del libro Montuno, libro finalista en el 2017 del Premio Nacional de Poesía Ministerio de Cultura de Colombia.
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