Javier Rojas
(Bogotá, 1986)
Redacción literaria
Mayo, 2023
Poeta bajo prestación de servicios y cuentista cuando no tiene pereza. Le encanta el metal y perrea con sus amigos poetas. Ha publicado cuentos, poemas y cositas de su autoría por ahí. Ganador de la beca para edición de talleres literarios del Ministerio de Cultura de Colombia del 2015, con la que se publicó en "Ríos paralelos II" (2015) algunos poemas suyos; y el poemario “La oreja del odio” de 2022. Licenciado en Español y Filología clásica de la Universidad Nacional de Colombia, actualmente está culminando una maestría en Literatura y Cultura en el Instituto Caro y Cuervo.
Comentario de Jhon F. Galindo
Todo poema es una derrota. Un despropósito, una desaparición. Quizá un triunfo de los que retumba. Las cosas sin importancia. La sensación que produce la carne. Este libro tiene hambre. Sus poemas son cojos mendigos que se arrastran en busca de una sombra. De un pedazo de napalm para alimentarse. El lenguaje es un sistema que engulle todo. Sus jugos gástricos derriten llantas, metales, vidrio, montañas de sobras y barro. Somos barro violento. Alineamos nuestros chakras quejándonos. Somos un barro cansado y violento. Este libro ha carcomido su propio cordón umbilical y ha escupido sus migajas hacia las estrellas. Por aquí también camina el sabor metálico de la sangre entre los dientes. Una herida que se sutura cuando el tiempo se hace un murmullo. Una música. La oreja del odio es un libro que muda de piel. Es un ruido de uñas que arañan pizarrones, es un crujido de ecos de cráneos gastados. Como un instrumento. Aquí hay un árbol viejo en mitad de la nada.
Un carnicero
“Hacer un pan no es menos misterioso que hacer un poema”
Fernando Linero
El oficio del poeta
es como el del carnicero,
un poema, como la carne
está vivo,
un poema respira,
sangra, hiede,
y palpita.
El poeta
con su voz,
que es un cuchillo,
taja la carne
y rompe los huesos
para entender
la orgia de sus nervios y tendones,
que entre sus cortes
le dice uno que otro secreto.
Un poema fresco
mancha,
salpica,
se escurre,
y grita con su olor
rojo y violento,
para ser escuchado en el mostrador,
y también,
como la carne,
cuando un poema aburre
se pudre.
¡No!
mejor olviden esa carreta
y más bien recuerden esto:
La lengua es la carne
y la poesía es el cuchillo que le da forma.
Humus
¡Qué tristeza! Ser como la tierra
y tener todavía esperanzas de andar,
de amar.
Santiago Dabove
Miro y espero,
crezco después de muerto
crezco tanto
que me asfixio
en este cofre de polvo y madera.
¿Me preguntas por la vida?
Como todo,
como si aún la tuviera puesta.
Miro y espero,
voy hacia adentro,
me como mis uñas,
mastico mis huesos,
miro mis cuencas,
crezco al centro,
me enrollo en la médula y cuento los años
en los aros de los troncos,
me respiro los susurros hervidos
que dicen mis tripas.
Miro y espero,
la tierra que me besa,
se mete
en estas venas,
donde cojea el miedo,
la tierra es un buitre sin alas,
con su luz de arcilla
y sus picotazos de piedra
mis dientes se roba.
Mientras
miro y espero,
me vuelvo agua de moscas
Y un esqueleto de greda.
Cruz de mayo
Nos juzgará esta quimera de clavos,
espinas,
maderos,
y demás porquerías,
pues es el cordero que engulle al cordero
en nombre de todos los yesos que rellenan las iglesias.
Pero vengan,
vengan y miren las curiosidades
que esconden estos gansos tiesos bajo las naguas,
es el milagrito colombiano
que en bolsas de nieve ruda se huelen los curas
con las llaves del cielo,
sin compartirlo con el prójimo.
Pero arriba,
engrapado de envidia
por una borrachera eterna de la que nos culpa,
nos manda los gorgojos de su soledad
para que se nos coman la cara,
porque me dijo
con su voz de piojo,
que el rostro humano le recuerda
la imagen y semejanza
de su incesto perpetuo cuando le rezan.
Pero este dios monótono,
de aliento a incienso
y que suda diezmos,
no pudo ser poeta,
pero al mundo y sus formas
infestó de belleza
o de horror,
―no sé, por acá las usaron tanto que ya son lo mismo―
para que el hombre,
con ese invento tan maravilloso que es el pecado,
les diera nombre y sentido.
―Eso le reconozco―
Y mi abuelita, que es tan dulce,
al verme tan aburrido
armó una cruz de mayo
con los cueros que me saco de las uñas,
con lo que me encuentro entre las muelas,
con las pestañas que le quemé a la virgen de niño,
y con las ramas de hierba que fumo
― de esa que enrollo en hojitas de biblia para que el verbo se haga humo y traba―
para que este carpintero se descuelgue,
baje, y se despabile ese guayabo eterno,
él y sus clavos,
a puñetazos limpios conmigo
o con otro,
o con usted, que me escucha
y que ya se fue.
Descuide,
que al final, como todo, le alcanzaremos.
A los niños en mi país…
A los niños en mi país les decían
que somos las perfectas obras de Dios,
pero los de ahora,
que tienen plan de datos
ya resolvieron el truco,
saben que somos el trabajo de un artista mediocre,
y que Dios,
como los artistas conceptuales,
es un parásito en nuestras heridas
que relame y bendice el dolor
al nombrarle todos sus santos.
Una llaga mendiga
es el estandarte de la patria
y el orgullo pordiosero de la nación.
Aquí
los asesinos fuertes,
hijos de Dios,
vuelven hábito el milagro del dolor
y la Muerte,
siempre entretenida,
hace de esta tierra
un parque de colores
donde la paz nunca se aburre.
Deja a la gorda tranquila…
“Gimo bajo ella
que me deja más liso que una tabla.”
François Villon
Deja a la gorda tranquila
deja de sobarle su tierna panza,
¡déjala!
lengua de trapo,
que la hinchas con tanto verso
que por las noches
le truenan en su tripa diabética.
Colgada,
el cadáver de las mugres
brilla para ti
lela y amarilla,
y trepando sus patas
clavas en su punto rancio,
las banderas del amor lechoso
que los poetas se meten en el bolsillo
para aullarle a sus lobas rosadas.
Cuando la veo
y está llena,
me rasco con las uñas crecidas
para dárselas de comer al día.
Buitre de luna,
carroñero selenita
que vomita bajo sus tetas de plata,
mira el claro de luna,
de luna colorada
que brilla entre las nalgas.
Llévate la piedra aburrida
¿Compadece al caracol?
¿Compadece a la tortuga?
No, compadece al hombre,
compadece su espalda
que se llama culpa.
Compadece al hombre
que canta y aburre como las piedras,
y que se cree poeta
pero su voz es de sal,
compadécelo,
pues yo lo sepulto
bajo esta piedra que soy.
Pero no,
sepúltenlo más bien bajo todas las rocas que tanto reza
―como si diera misa en latín ―
y con la que nos duerme como piedras,
¡sepúltenlo ya!
que fastidia las botellas de cerveza.
No busco
No busco el silencio,
ni busco describirlo
para ser poeta,
busco el ruido humano,
esa resaca que ensordece lo nervios de Dios.
No busco la aburrida plata lunar,
ni sus reflejos palúdicos,
no busco la puta de los versos,
busco que la tierra,
con su ternura negra,
me lleve y me libre de sus mareas.
No busco esa soledad
de tenia estomacal
que se resigna a pintar floreros viejos,
busco las multitudes
sus olores,
sus gritos,
y el alarido de sus puños.
No busco la belleza de las cosas
ni tampoco castigarla,
no tengo una alondra en el corazón
sino un buitre en el intestino
que me dice a martillazos
la carroña que clavo en estas hojas.
Un aviso
Nos cansó el punto suspensivo,
nos cansó la monotonía
de la línea recta,
nos cansó el bosque
y sus hedores de infante,
pero tenemos fe
en nuestras obscenidades.
Resentidos,
como un guayabo navideño,
vamos a las plazas
y le damos a las palomas
los sobrados del cordero manso,
con sorbitos de leche rancia
y Bienestarina.
Explotaremos
con nuestras tripas de dinamita
en un mar de lavaza
que inunde la esperanza
―la de ustedes, claro está ―
untaremos su pánico
con bilis negra,
y al final
saldremos a bailar
con ese odio terco
que no hemos olvidado.
Huelo tu sangre…
Huelo tu sangre,
la huelo
y la odio.
Porque la sangre viene
de la sal del mar
una sal enferma,
y toda enfermedad es la madre
original del hombre.
Su sangre salada
se diluye en pilas benditas de microbios,
un bautismo de gérmenes benditos
en este santo caldo de cultivo
donde mean los turistas.
El hombre es un llanto salado
y se quiere olvidar de si
pero no puede,
porque su carne
es el dolor del mar.
Pero mis venas son de fango,
en ellas cuelgo la rabia seca
de todas las cosas
para recordar
que respiro y me pudro.
Y esta sangre,
que me pesa y me lleva lento,
esta sangre amanecida
que se vuelve costra hueca,
se derrumba en pedazos
para sepultarme,
sin años
entre los últimos días.
La rabia
No escondo mi rabia,
mírala,
cabe en mi mano,
tiene un sabor duro,
sabe negra, fría,
tiene un dolor de hierro,
y cuando está en mi boca,
puedo masticar fuego
con mi lengua de pólvora.
Mi vieja rabia,
mi vieja amiga,
me alegra verte,
revienta mi cuerpo,
come de él
y dale forma de herida,
recuérdame que aún vivo.
Mi rabia joven,
mi rabia viva,
que saltas, corres, inventas
y no te cansas,
que gritas en mi pecho,
que incendias mis nudillos,
rabia viva,
rabia joven,
entra en una botella
para lanzarte ardiendo,
o despícala
para clavarla en este poema.
Ella es mi dios
y vive en mi sangre,
no le importa si es justa,
tiene la glotonería del fuego
y un antojo por placeres violentos.
Cuando llega servida
la cosecha de mi rabia,
que siembro roja,
la ceno viva mientras respira.
Luisa (miércoles, 31 mayo 2023 23:25)
Excelente poesía. Gracias por publicarla!