La resiliencia de una venezolana
Por Lusbely María Belandria Vivas
Octubre, 2024
Era profesora en la Universidad de los Andes-Venezuela, en el departamento de Química. Me apasionaba mi trabajo, formar parte de una comunidad académica que luchaba por el conocimiento y el futuro del país. Sin embargo, llegó el momento en que todo se volvió insostenible, y con mi familia decidimos que lo mejor era buscar nuevas oportunidades fuera de nuestras fronteras. Soy Lusbely María Belandria Vivas, una mujer que, como muchas otras, ha tenido que reconstruir su vida lejos de su país natal, salí de Venezuela en el 2018.
Nuestro primer destino fue Ecuador, un país que nos recibió con calidez y una mezcla de desafíos y oportunidades. Allí pasamos cuatro años adaptándonos a una nueva realidad, aprendiendo a navegar en un entorno, aunque familiar, era desconocido. La migración nunca es fácil, te enfrentas a retos diarios, desde cosas triviales como hacerte entender en el mercado, hasta lidiar con procesos burocráticos y legales que, muchas ocasiones, parecían interminables. Ecuador fue un país de mucho aprendizaje, pero también de sacrificios profundos. Fue allí donde tuve que dejar atrás mi carrera académica, una decisión que me dolió en el alma. Sin embargo, comprendí que, para seguir adelante, debía reinventarme, buscar nuevas formas de aportar y crecer. Trabajé en la industria, en control de calidad, análisis de aguas y en capacitación de recurso humano. Esta última fue una experiencia que me marcó, algo dentro de mí revivió. Recordé mis años como docente y lo que sentía al compartir conocimiento. Este trabajo me llevó a conocer el Ecuador profundo, subí a montañas donde el frío y el viento susurran historias de perseverancia y resiliencia. En esas montañas duras y desafiantes volví a sentir el placer de enseñar, de compartir mis conocimientos con otros, y me di cuenta de que, aunque estaba lejos de las aulas, en cada explicación que ofrecía, en cada mirada de asombro y cada expresión de alegría, sentía que mi vocación seguía más viva que nunca.
A pesar de todos los desafíos, el nacimiento de mi hijo le dio un nuevo giro a mi vida y ese giro vino acompañando de nuevas fuerzas para seguir adelante. Ecuador me dio muchas cosas, pero la más valiosa fue él, mi hijo, que nació en estas tierras. En medio de las dificultades, su capacidad para adaptarse y su alegría me brindaba lo esencial, lo que me había hecho falta desde hace muchos años. Con él aprendí sobre la maternidad, y descubrí que amo profundamente ser madre. Verlo crecer me llena de dicha, y en cada pequeño logro suyo encuentro motivos para seguir adelante. Mientras recorría las montañas ecuatorianas, reflexionaba sobre todo lo que habíamos dejado atrás, pero también sobre lo que estábamos construyendo. El futuro siempre es incierto, sí, pero cada momento con mi hijo, en cada historia compartida, siento que estoy encontrando una nueva forma de vivir, de aportar, de ser feliz.
Hace dos años, mi familia y yo decidimos trasladarnos a Bogotá, Colombia. Con la misma fortaleza que nos impulsó a dejar Venezuela, llegamos aquí con la esperanza de encontrar nuevas oportunidades y darle a nuestro hijo un futuro más prometedor. Bogotá nos recibió con los brazos abiertos, revelándose como una ciudad cosmopolita, vibrante y llena de vida. Su riqueza cultural y social no solo se manifiesta en su diversidad, sino también en la calidez de su gente, quienes con cada gesto nos hicieron sentir en casa. Bogotá no fue solo un nuevo lugar, fue un renacer. Cada rincón de esta ciudad, cada conversación con extraños que se convirtieron en amigos, nos recordaba que, a pesar de los retos, estábamos donde debíamos estar. Hemos construido aquí un espacio lleno de afecto y sentido de pertenencia, rodeados de amistades que han llenado nuestra vida de alegría. Cada paisaje de esta ciudad, desde sus cerros orientales hasta sus grandes parques, siempre llenos de vida, me recuerda que, aunque el camino ha sido difícil, siempre es posible encontrar belleza al empezar de nuevo. Bogotá, en su vibrante caos, nos ha ofrecido no solo una nueva vida, sino también la certeza de que, incluso lejos de nuestro hogar natal, es posible echar raíces nuevamente.
Sin embargo, a pesar de haber encontrado un lugar donde comenzar de nuevo, mi vida tomó un rumbo inesperado. Tras la mudanza, me enfrenté a un nuevo reto, mi visa no posee permiso de trabajo, algo que cuando lo cuento entre colombianos parecen no entender, con esta situación las oportunidades laborales se hacen prácticamente inexistentes. Esto generó un vacío no solo en mi vida profesional, situación que también comparto con muchas mujeres y madres que por diferentes razones acaban en una situación similar. Bajo estás circunstancias, nuevamente mi vocación docente, esa chispa interior que parecía dormida, volvió a encenderse como una llama incandescente. Recordé esos momentos de satisfacción al compartir conocimientos, al ver a otros aprender. La sensación de estancamiento y las dificultades de ser migrante se convirtieron en el motor para buscar una solución más grande, algo que no solo transformara mi realidad, sino la de otras mujeres que enfrentan barreras y dificultades todos los días. Fue en medio de estas conversaciones, junto a una amiga colombiana y madre, Daisy Muñoz Muñoz, a quien conocí en la Biblioteca Pública de la Participación Ciudadana, que nació la idea de crear un espacio donde pudiéramos empoderarnos. Así, surgió FARAMUJER: la Fundación Ayuda, Rescate y Alegría para la Mujer, una organización que nació de la necesidad de brindar oportunidades y esperanza a las mujeres más vulnerables. Lo que empezó como un sueño compartido se transformó en una realidad, en un espacio de solidaridad y empoderamiento donde cada día trabajamos por y para aquellas que, como nosotras, buscan un nuevo comienzo.
El 19 de marzo de 2024, FARAMUJER se consolidó oficialmente con su registro ante la Cámara de Comercio, dando el siguiente paso en su misión de ser un baluarte de esperanza y nuevas oportunidades. Esta fundación se ha convertido en un faro de luz para mujeres que enfrentan adversidades, migrantes que tejen sueños en tierras ajenas, y madres que, tras años en la oscuridad, anhelan la luz de un nuevo día. FARAMUJER es el lugar donde las historias de lucha y resiliencia de innumerables mujeres se entrelazan con los hilos dorados de la solidaridad y la compasión. Trabajar en FARAMUJER me ha permitido conectarme con mujeres que, como yo, enfrentan dificultades y buscan una nueva dirección. Este trabajo me ha dado un propósito, una razón para seguir adelante, aunque todavía hay barreras que superar.
La adaptación es un proceso complejo. No se trata solo de aprender nuevas costumbres, sino también de lidiar con la nostalgia, el duelo por lo que dejamos atrás, y la incertidumbre por lo que viene. A veces es fácil sentirse perdida en este camino, pero la resiliencia es lo que me ha permitido seguir adelante. Mi familia ha sido mi pilar, y el trabajo que realizo con FARAMUJER me ha dado una nueva perspectiva, una oportunidad de seguir contribuyendo, aunque sea de una manera distinta a lo que solía hacer. A través de la fundación, ofrecemos talleres de empoderamiento y emprendimiento, y he vuelto a mi pasión de enseñar. Hoy, más que nunca, siento en mi una llama que me empuja a seguir compartiendo conocimientos y herramientas con mujeres que, al igual que yo, buscan construir una nueva realidad. Volver a enseñar me ha dado fuerzas renovadas y un sentido profundo de propósito.
Mi vida como migrante ha sido una montaña rusa de emociones y desafíos, pero también me ha permitido descubrir nuevas capacidades y formas de enfrentar la adversidad. No todos los días son buenos, pero cada día es una nueva oportunidad para seguir construyendo. Extraño Venezuela, extraño a mi familia, mis amigos y mi vida académica, pero también sé que este viaje me ha dado herramientas que quizás nunca habría descubierto si no hubiera tenido que salir de mi país. Ser migrante es aprender a vivir entre dos mundos. Es llevar a tu país en el corazón mientras intentas echar raíces en otro. Es un desafío constante, pero también una oportunidad para crecer y aprender. Mi historia, aunque personal, refleja la realidad de miles de personas que, como yo, han tenido que dejarlo todo para empezar de nuevo. No ha sido fácil, pero a pesar de todo, sigo creyendo en un futuro lleno de posibilidades.
©Lusbely María Belandria Vivas
Daisy Muñoz (domingo, 03 noviembre 2024 18:20)
Es grato compartir experiencias con una persona tan especial, buena y que ha luchado por sus metas y su familia.
Martha Ruby Quirós (jueves, 10 octubre 2024 09:28)
Es de admirar la tenacidad, la voluntad y el deseo permanente de seguir adelante a pesar de las circunstancias. Tu vida y la de muchas familias que buscan estabilidad fuera de su terruño y que han logrado salir adelante, son ejemplo de valentía. Por ello es tan significativa la fundación FARAMUJER en apoyo a otras mujeres que buscan día a día ser reconocidas y valoradas. Gracias Lusbely y Daysi por ser ejemplo y faro de luz en el camino.
Nubia (miércoles, 09 octubre 2024 14:09)
Y en medio de tantos trabajos llegó a nuestras vidas faramujer para apoyarnos, compartir sus conocimientos hacer esos momentos tan amenos,solo me queda decirles gracias
Eli (miércoles, 09 octubre 2024 11:56)
Gracias por compartir tu experiencia, nos llena de fortaleza y empatía.