Luisa Villa

(Luisa Isabel García Meriño) 

 Por Redacción editorial

Julio, 2024

 

 

Docente, poeta, artista visual, performance y gestora cultural afrocaribe. Nació en el Copey, Cesar, Colombia, (1979). Se crió en un barrio al suroccidente de Barranquilla (Atlántico), llamado la Esmeralda; esos dos lugares han sido fundamentales para construir su conciencia política y social. Hija de Luzmarina Meriño Fontalvo y Abel Antonio García Villa.

 

Estudió Artes Plásticas. Lic. en Artes Visuales por la Universidad Pedagógica Nacional. Estudiante becada de la Maestría en Derechos Humanos, Gestión de la Transición y Postconflictos en la Universidad ESAP. Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya 2023-Gipuskoa, con el poemario Hijas de las Perras Negras. Ganadora de la Residencia Artística Colombia–México, FONCA (2015). 

 

Publicaciones: Dios fue mejor cuando era tigre edición bilingüe, traducción español -inglés por el escritor Eduardo Bechara Navratilova (Editorial Escarabajo, Colombia. 2024); Hijas de las Perras Negras (Ediciones El Gallo de Oro, España.2024); Tratado sobre las brujas (Jade Publishing, EE. UU. 2023); Dios fue mejor cuando era tigre, coedición: Ediciones Morgana (México) y Baraja Gráfica Editores (Colombia), 2020. Incluida en la Antología Morir es un país que amabas: Poesía y memoria por nuestros líderes y lideresas sociales (coedición editorial Abisinia y editorial Escarabajo, Colombia. 2024); La Bestia Indócil (Editorial Morgana, México. 2024); en Luz al Vórtice de las Palabras (Editorial Escarabajo, Colombia. 2022), curada por Marta Cecilia Ortiz Quijano; Yo vengo a ofrecer mi poema, (Coedición: Abisinia y Escarabajo. 2021) y Prima antología di landai ispanoamericani, Proyecto 7LUNE. Italia, 2014).

 

 

Escribiré para vengar mi raza. 

 

ANNIE ERNAUX

 

I

Los que se fueron dejaron las voces de sus animales

como carpas y jaulas abandonadas

por un circo llamado olvidar:

Me llama

        la morrocoya con ruedas que salta entre el

                                                                     hacinamiento;

el perro que sufrió por la cinta de un casete de

horror atorada en sus intestinos.

 

Me llama

        otro perro, lleva su lomo sangrante

        por la marca de hierro de las águilas crueles;

        el burro, al que los invasores dieron a tragar una bomba

(aclaro, invasores y águilas crueles son sinónimos en estos

                                                                                 poemas;

y digo águila, porque no puedo decir ese nombre;

y escribo poemas, porque es la única forma de maldecir al

                                                                       águila a la cara;

y escribo poemas, porque es la única forma de comprobar

                                                                              que tengo

alas de pájaro

y no una escopeta).

 

Me llama

        el pato, lazarillo de los muertos;

        el chivo dado en sacrificio,

        para no entregar a la esposa.

 

Me llama

        el pájaro de la resistencia;

        y la lechuza, reveladora de traidores y malas horas.

 

Me piden retornar al territorio

—afuera no hay comunidad—.

Debo terminar el volcán que inicié

con niños fantasmas, en mitad de la calle;

en su cráter caerán todas las injusticias y opresiones

hasta que reviente la rabia,

y con cenizas escribiré poemas

que venguen mi raza,

         mi género

         y mi clase.

 

 

II

En el fondo del espejo se ve el callejón de una casa,

dos niñas juegan a cubrirse con sábanas, tablas y ramas.

 

Las niñas crecieron rápido

y su padre metió a treinta morrocoyas, en su lugar,

excepto a una que nació sin las dos patas traseras,

amarró con alambre una tabla en la coraza

y le acomodó dos llantas de un carro de juguete.

 

Las más sanas cavaron y construyeron un túnel,

hasta inundar mi supuesta habitación propia;

el agua fangosa traspasó el espejo.

 

Las morrocoyas no son rápidas, aunque tengan llantas;

cuando son deformes no tienen barriga de tierra

ni espalda de cielo;

no llegan a tiempo para prevenir la filtración, la huida,

la injusticia…

                       como yo, que corro, camino,

salto y me enredo una cuerda en las patas,

y me ato al pecho una tabla, en las noches

 

 

III

¿Cristo sana morrocoyas

y las ama a todas por igual?

 

Ni la carne de Cristo

ni la de las morrocoyas deberían ser consumidas,

ambos sacrificios son inútiles;

papá no las crió para inmolarlas.

 

A todas nos costó asumir que el hogar de la ciudad

no era el del pueblo.

Nunca volví a jugar en un callejón.

 

El callejón de la casa se achicó tanto

que solo sirvió para desfiladero

de agua fangosa.

 

En ningún lugar del mundo volví a tener casa;

es mentira,

no se carga como caparazón. 

 

 

 * * *

 

 

 A Todorov

 

En Siberia, un hombre cortó su índice,

lo ató al tronco de un árbol y lo echó al río.

El que vea ese dedo sabrá

cuál de los leñadores fue tomado prisionero.

 

Mis poemas son dedos sobre el río,

troncos que soportan mi identidad.

 

Lector, lectora ¿de quién es el dedo?,

¿el dedo del poeta es el tuyo?

 

 

  * * *

 

 

¿Has tocado alguna vez una superficie metálica 

con la lengua en invierno?

 

ANNE CARSON 

 

De niña, trepé una loma a punto de desmoronarse

mientras lamía el fondo de una cubeta metálica cubierta de hielo.

 

Hoy, la poesía es el único riesgo 

sensitivo que soy capaz de correr.

 

¿Se cansarán los labios de tanto desprenderse de las cosas escarchadas?

 

¿Seré yo la misma helada y no la poesía?

 

 

 * * *

 

 

A Kim Jensen

 

Querida, del arrebato a la inocencia no hay quien se salve:

de niña vi cómo en casa los colchones cubrían ventanas y puertas,

caía el barrio, Chibolo, Ruanda, Bosnia, Mali, Siria, Irak, Fonseca, El Copey…

 

Familiares, como aves peladas, escapaban del agua hirviendo

y se ocultaban con nosotros en el hogar sin agua.

 

En la radio nos pedían ser solidarios con los sedientos del mundo,

lo intentamos, hicimos santos con esquirlas de balas,

los envolvimos en paños con vinagre

para que nuestra gente tuviera esperanza. Tantas cosas vi y olvidé…

olvidé para mi suerte.

 

No permitas que te digan

¿crees que tiene sentido escarbar con esa pala brillante?

Cierra

tus oídos,

no tiene sentido creer

que el leproso ama el pozo desocupado y triste de su cuerpo.

Me aflige no aliviarte, escucho tu lamento en lengua extraña,

 

también mía, lengua de loba magullada.

Nunca te lastimaré, solo sobre mis heridas pongo la sal y el dedo.

 

Me atormenta saber por qué desde niña despierto y grito

como un chivo a punto de ser

la ofrenda del sacrificio.

 

Nuestro lenguaje acoge al mismo pájaro desplazado,

las mismas aguas revueltas de la memoria…

pero yo sepulto los huesos en el poema

y tú buscas la mejor pala para desenterrar.

 

Haces bien,

tendrás dos entierros

y miles de resurrecciones,

como mis hermanos wayus.

 

Creo en ti, en la paz que traes

al refugio de la misma madre.

 

 

 

©Luisa Villa (Luisa Isabel García Meriño)

  

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