Septiembre, octubre de 2019

 

Omar Garzón Pinto

Bogotá

 

Poeta y autodidacta (Bogotá) con textos publicados en antologías, periódicos y revistas de Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, El Salvador, España, EE.UU., Guinea Ecuatorial, México, Nicaragua, y Venezuela. Ha llevado su trabajo literario a varias ciudades de Colombia. Profesor de Humanidades en instituciones de Educación Básica-Media y promotor cultural de colectivos artísticos (años 2008-2016). Trabaja como directivo en el Colegio Van Leeuwenhoek, Director Ejecutivo de la Corporación ESHAC, Director de la Revista Occidente XXI y Director del programa de radio Agridulce.

 

Sus poemas han sido musicalizados por el cantautor Leandro Sabogal y traducidos al francés, inglés e italiano. Blog: farodesnudo.blogspot.com

 

Libros publicados:

Faro desnudo (Liga Latinoamericana de Artistas. Btá. 2011), Flores para un ocaso (Liga Latinoamericana de Artistas. Btá. 2013) y Un poeta es un satélite en constante caída(Senderos Editores. Btá. 2015).

 

Galardones otorgados:

• Mención de Honor: Cuarto lugar en el VII Concurso Internacional de Poesía El mundo lleva alas. Editorial Voces de Hoy. 2016 (EE.UU.).

• Finalista del Concurso Internacional de Aforismos. Cuponeta Ediciones-Logo Editorial. 2015 (México).

• Finalista en el I Certamen de Poesía Rafael Maya. 2015 (Colombia).

• Tercer lugar en el XIII Concurso Internacional de Poesía Eduardo Carranza. 2015. (Alcaldía de Sopó, Colombia).

• Segundo lugar en el I Concurso de microrrelato “Otoño e Invierno”. Diversidad Literaria. 2014 (España).

• Segundo lugar en el Concurso nacional de poesía “Poetas en Carnaval”. 2014 (Pasto, Colombia).

• Finalista en la segunda convocatoria "Mil poemas por la paz de Colombia". Fundación Plenilunio. 2014 (Cali, Colombia).

• Finalista en el concurso Nacional de poesía “Nuevas voces para la poesía colombiana”. Corporación Ulrika. 2013 (Bogotá, Colombia).

• Tercer lugar en el Concurso Distrital de estímulos para la creación literaria. 2011 (Suba, Bogotá, Colombia).

 

 

Dylan Thomas en la otra mesa

 

Esconde el hombre en su sombra muchos nombres.

Se pierde en la niebla, la anda, se esfuma, pero siempre vuelve.

Caben en sus brazos todas las sombras, incluso las de ayer.

Conocen sus manos el resguardo intangible de la Luna.

Señala de memoria cada gota que se oculta en el rocío.

No se inmuta cuando escucha atento el secreto de la lluvia

hasta que sonríe y con los brazos abiertos la recibe.

Esconde el hombre en su sombra muchos nombres.

En la noche atiende un canto de borrachos en la calle

lo pinta con un baile de dedos plagados en la mesa

y siete copas de algún elixir le salen al encuentro. Ríe.

Se pierde en la niebla, la anda, se esfuma, pero siempre vuelve.

La hoja entre el suelo y la planta de sus pies es la música.

De todos los mundos posibles, optó por sus mismos labios.

De todos los mundos visibles, escogió su propia ausencia.

Caben en sus brazos todas las sombras, incluso las de ayer

y su puerta más oscura es la que más luz le proporciona. 

Escogió el poeta el silencio a manera de profundo grito.

 

 

 

 

 

Analogía de los poetas y los días

 

Somos los dueños de la noche

y de la aurora que le nace a sus vestidos.

Somos los dueños de todo lo vivido

y de las carnes que han transitado nuestros cuerpos.

Una vez nos salieron alas

y fuimos también los dueños del viento

y domamos a los tigres de Etiopía

y formamos toda la arena del desierto

y cada dedo nuestro era la voz de algún poeta

hasta que abrimos los ojos.

 

Fuimos de nuevo hombres.

Nosotros dimos forma al viento, le pusimos senos, labios, alma

y lo soplamos fuertemente para formar con él las lluvias

que derrumbaron los montes de los Andes

y aplaudimos con tal fuerza que creamos los truenos

que mucha gente vio con asombro por las ventanas

hasta que abrimos los ojos, entonces fuimos de nuevo hombres:

Se nos cayó la mirada pero nunca dejamos de andar

se nos llenaron de llagas las rodillas, pero nunca dejamos de andar.

Se nos apareció la muerte. nosotros murmuramos, reímos

y gritamos a toda voz Y la muerte no tendrá dominio

mientras levantábamos el rostro al cielo

nuestra voz fue su puñal.

Se escaparon las nubes por la herida

que le hicimos al firmamento

y se llevaron consigo la sombra que nos acechaba.

Eso nos pasó muchas veces

y muchas veces también quedamos heridos

tirados en la calle sin entender

la grandeza de nuestra propia lluvia

pero nos levantamos y nunca dejamos de andar.

Para ser los dueños de esta inmensidad hay que estarlo.

Se debe morir todos los días con cada verso

se debe ser ceniza, eco, sombra, viento

para ser los amos de la Luna, para ser la noche misma.

 

 

A Epifanio Andrés Tocarruncho, Manuel Alejandro

y demás amigos del comité de bebedores

 

 

 

 

Reseña de La vida en rosa de Olivier Dahan

 

Nos quedamos esperando esa palabra que nos nombre

y nos dimos cuenta que la espera no acaba con la noche

y que el sueño es inferior a cualquier deseo

cuando al despertar, al poner los pies sobre la tierra

vemos nuestra piel hecha de polvo, hecha de grietas.

Nos quedamos esperando esa palabra que nos nombre.

 

La voz de lo impalpable era lo único que nos sostenía.

Hasta que notamos que los gorriones también se vuelven aire pasajero

cuando acaba el concierto y solo quedan puños muertos.

Nos quedamos esperando esa palabra que nos diga.

 

Todas las noches nos protegíamos del reflejo oscuro

que venía desde muy lejos con malas noticias

hasta que nos cansamos y salimos a gritar.

A nuestro llanto se unieron otros llantos inferiores

que no nos consolaron pero que fueron el riego 

que nos sembró en la tierra de por vida.

 

A veces te entiendo, solo a veces, mientras me pregunto

qué tipo de ser eras que ni siquiera el cielo pudo contenerte.

Te veo, a veces te veo cuando en la ventana hay un pájaro mudo

quieto y frágil, casi de porcelana.

El canto, el vuelo, la rama y el silencio

son tuyos aunque ahora ninguno proceda de tu boca

y a ellos te debes a pesar de que no puedas cantarlos.

Nos quedamos esperando esa palabra que nos nombre

esa palabra que nos diga.

 

 

 

 

 

El fuego da la consistencia

 

Hubo un tiempo en que todo era sombra, yo también lo era.

Ella dijo mi nombre.

Fui palabra nueva, cuerpo deseado.

Hubo días en que todo era adverbio sustancial 

/hasta que llegó también el adjetivo.

Los días acabaron y llegaron las desoladas noches

la profunda tristeza, la efímera risa, el silencio constante…

Hay momentos en que soy la palabra no dicha

como este poema exiliado que el mundo no oyó

como ese punto final que me niego a poner

y que tal vez muchos marchantes pongan por mi

algunos lustros arriba.

Habrá tardes en que mi nombre será la palabra 

/que brota del prado

cuando la sombra del árbol sin hojas domine

sobre el camino que esconde la huella de la niña sangrante…

De cualquier forma, en cualquier boca, por cualquier medio

como sonido profundo que se llevan los vientos

o símbolo tallado que se oxida en la aren, eso soy:

La clave cifrada que unos pocos entienden

la placa de mármol tallada en las lenguas

que el mundo no escucha

Eso soy: El jarrón agrietado que se humedeció 

/con el llanto y se forjó entre las bombas

la palabra que descubre las ruinas y que perdura 

/en el ocaso del tiempo

las olas del mar como voces forjadas susurrando 

/tu nombre a los hijos del viento.

Eso soy: La patria milenaria que todas las noches agoniza 

/que todas las mañanas se levanta.

 

A MahmudDarwish

 

 

 

 

Un poeta es un satélite en constante caída

 

Sé que caeré y también sé que mi cuerpo

se convertirá en ausencia derrotada.

Aun así, estoy tirado en el suelo

intentando unas líneas victoriosas que se unirán

al reclamo irremediable de una muchedumbre 

en una plaza.

 

Habré ganado entonces

porque caí como cualquiera

pero nunca me callé

nunca habitó silencio en mí

menos hoy que como última victoria

le grito tu nombre

a las paredes agujereadas

y mucho menos hoy que como última conquista humedezco

mi agitado pecho

con el rojo de tus labios y mi garganta

con el invisible néctar de tu lengua.

 

Mueren dos veces aquellos que no dicen nada

al momento de su siembra

y aquellos que no pudieron caer boca arriba

para encontrarse con tu rostro 

antes que el frío

 

abrazo de la muerte en la espalda.

 

                                                                        A Leonel Rugama

 

 

 

 

 

 

Recogiendo a Nezahualcóyotl

 

De la flor oscura vienes, Coyote hambriento, de la flor oscura

y del lago que emanaba sal y luego llanto extraño y niebla gris.

En ese lago que ahora es casi nada

ahora, cuando eres barro seco y cal forjada

yo te nombro y recuerdo que de la flor oscura vienes

y de la rivera que emanaba sal

de esa que es el vestigio de tu huella

testimonio de tu paso casi extinto.

Te veo en lo alto imponente

como jarilla que crece en los peñascos.

Te veo allí estirando tu mano fuerte 

hasta tocar el ombligo de la Luna 

con tu dedo largo sobre el horizonte que dominas.

Con los frutos del nopal construiste los castillos

que ensombrecieron a los hombres provenientes del oriente

y corrieron ante el imponente eco de tu aullido

que subía de vez en vez de la orilla de los lagos.

Vimos las flores marchitarse, entonces las nombraste:

florecieron de nuevo los jardines.

Algunas veces lloramos hasta que el llanto se hizo silencio.

Entonces alzaste tu voz y nosotros volvimos al canto.

No fuimos nosotros para siempre.

Nos deshicimos como el plumaje del quetzal que se desgarra.

Estuvimos sólo un poco aquí, pero tú no.

Tu nombre aún lo escriben las serpientes en el valle

tu rostro aún lo dibujan las aves en el lago

porque no brotaste en vano sobre la tierra,

Coyote hambriento, no viniste en vano

y fuiste el dueño de este rincón donde nace el aliento del jaguar.

El amor, si acaso, me alcanzo para acabar este poema.

A ti te alcanzó para mucho más:

 

Para amar el canto del cenzontle

Para amar el color del jade

Para amar al hombre mismo.

 

 

 ***

 

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