Omar Ortiz Forero
Septiembre, 2018
Bogotá, 1950. Estudió leyes en la Universidad Santo Tomás de Bogotá. Vive en Tuluá y actualmente se desempeña como docente de la Universidad Central del Valle, teniendo a su cargo la dirección cultural de dicha institución. Edita desde 1987 la revista de poesía “Luna Nueva”, que a la fecha consta de 44 números y de 31 años de vida. Ha publicado los siguientes libros de poemas: La tierra y el éter (1979); Que junda el junde (1982); Las muchachas del circo (1983); Diez Regiones (1986); Los espejos del olvido (1991); Un jardín para Milena (1993); El libro de las cosas (Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia, 1995); La luna en el espejo (1999); Los espejos del olvido, Antología, 1983-2002; Diario de los seres anónimos (2002). Las Calles del Viento (2004); Cequiagrande (2011); Lista de espera (2017) y el libro de ensayos: Repasando el domingo (2003).
La editorial “Mirada Malva” de Granada, España, publicó en 2015 una reedición del Libro de los seres anónimos, y la Universidad del Valle acaba de publicar una segunda edición del Libro de las cosas. (2018).
(Premio Universidad de Antioquia, 1995)
El espejo
No es verdad que los ojos sean el espejo del alma.
Si tal ocurriera, los asesinos caerían fulminados
y nada sucede cuando el torturador cruza y se peina.
La ventana
Atisbo desde el árbol.
Respiro por las hojas brillantes del guanábano.
No tengo cuerpo, sólo el ojo que guía la luz por la rendija.
Tú, ajena al ajetreo de mi pupila.
Te recorres con agua de rosas que huelo por las hojas.
¡Oh yo!, ¡el señor de los visillos!
Soy el espejo que no te refleja,
la minucia que no te pertenece,
el archivo de tu piel.
la otra orilla de tu ventana.
La puerta
En la alta torre de los caballeros azules
vive el infante Pedro, el de diestra figura.
Sus vasallos lo aclaman y esperan la hora
de competir con él en los torneos.
Sólo el bufón, no se atreve a mirarle la cara.
Su cuerpo contrahecho, escarnio del Dios de los hombres,
conoce las secretas apetencias de la princesa.
Alguna vez equivocó la puerta.
La barca
Yo, Zenon de Yampupata, salvador del poeta
y de su amada, navego el mar, espuma de oveja,
trueno de jaguar, viento de cóndor.
No sé, ni me interesa, si Odiseo es taxista en Lima
o cambiaste en el Cuzco.
Si Marco Polo, es un santo y seña de Sendero.
Si Colón llegó antes o después de Erik el Rojo.
No he cruzado el Aqueronte,
pero he caminado nueve montañas y nueve valles
por un puñado de sal.
Mi casa está a mitad de camino entre el sol y la luna,
es hecha de la caña que llamamos, “totora”,
y pasan por allí algunos viajeros,
(no todos, asustados musógrafos que no porfían un verso o un conjuro)
Mi barca, “El Avaroa”, es la liebre,
Aquiles, la lancha voladora del hotel de turismo.
Aún así, no sé en verdad, si pierda o gane.
El viaje
Yo sé de un pueblo de hombres que no diferencian
entre lo justo y lo injusto.
Sus asuntos los someten a la flor del chamico
– la flor roja del chamico, ya que la blanca
es usada para curar ponzoñas y venenos –
El viejo que toma el jugo de la flor roja del chamico
lee en el corazón de los valientes la huella del jaguar,
y observa la risa de la hiena en la palabra zalamera del canalla.
No hay un solo pesar que deje intacto el rostro de quien lo padece.
Los viejos lo saben y preparan sahumerios
para aliviar a los marcados.
No necesitan recorrer un palmo de tierra.
Sus caminos, son los caminos del viento.
Parten con las lluvias de abril y regresan a la brisa suave
de primeros de agosto.
Piden carne de venado y una joven de senos duros
para reposar la travesía.
Cuando viajan a la región del cóndor, las muchachas paren
de cuclillas en el río.
* Este libro acaba de ser reeditado por el Programa Editorial de la Universidad del Valle, en su colección "Las Ofrendas".
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