Pedro Arturo Estrada

Girardota (Antioquia), 1956

 

Poeta y narrador, promotor cultural, coordinador de talleres literarios con niños, jóvenes y adultos. Cofundador de las revistas poéticas Fuegos y Maya. Miembro de la Casa de Poesía Porfirio Barba Jacob durante algunos años. En sus poemas aborda asuntos como el vacío existencial, la desesperanza, la muerte, el desamor y la soledad. Sus textos han sido recogidos parcialmente en diferentes revistas, periódicos y antologías del país y del exterior.

 

Pedro Arturo ha publicado Poemas en blanco y negro (1994), Fatum (2000), Oscura edad (2006), Suma del tiempo (2009), Des/historias (2012), Poemas de Otra parte (2012), Locus Solus (2013) y Monodia (2015). Poemas y textos suyos aparecen en algunas antologías nacionales y del exterior.

 

 

Es premio Ciro Mendía(2004), Casa Silva (2013) entre otros.

 

 

 

LA HIPERTEXTUALIDAD POÉTICA HOY

 

 

     Propongo abrir la idea del hipertexto a un ámbito más ambicioso y quizá transgresor, lo cual nos hará vislumbrar posibilidades realmente nuevas a partir de lo que en principio es sólo un concepto referido a la tecnología de la comunicación multimedial. Quiero concebir el hipertexto como una realidad mayor, como la estructura básica de la realidad misma en la que estamos contenidos.

 

     El hipertexto, visto así, nos antecede, nos afecta desde antes del nacimiento, desde antes de adquirir conciencia de él. El hipertexto es la sumatoria de lenguajes, signos y símbolos del mundo habitándonos, tomando presencia en nosotros, definiéndonos, transformándonos y convirtiéndonos a su vez en creadores y transmisores de hipertextualidad. Aun en nuestro silencio, en nuestra ignorancia o en nuestra aparente indiferencia ante el hipertexto, continuamos siendo hipertexto. Todo el flujo vivo de la historia humana e incluso de la prehistoria no expresada por la escritura pero sí registrada en la arqueología, toda la historia de la filosofía y del arte, desde los primeros rudimentos de la civilización constituye el hipertexto, esa descomunal y fantástica red, construcción, estructura del mundo denominada todavía con el término de cultura.

 

     Podríamos decir que las relaciones de nuestro ser con el mundo, con la vida, con los demás, son las relaciones que podemos establecer desde y por la hipertextualidad. Y esas relaciones, de alta o baja intensidad, de pobre o rica dinámica, son intertextuales. Cada ser en este mundo, cada hecho, cada acto, pensamiento, sentimiento o emoción están cargados de significado, de sentido. Por tanto, son en sí mismos también texto y como texto fundan en nosotros, desde la intertextualidad, una fértil, poderosa y actuante hipertextualidad que a su vez puede ser leída, interpretada, vivida por otros. Todas nuestras experiencias, nuestra formación y sensibilidad más profundas participan de aquella condición que la propia literatura, el arte, la poesía y la imaginación creadora despliegan sobre nuestro espíritu, condición en la que lo ideal o lo cotidiano, lo sublime tanto como lo ordinario, lo hermoso como lo siniestro, lo placentero y lo doloroso son parte de una escritura de totalidad, de un libro infinito que siempre estará escribiéndose a cada instante, sin término, sin final conocido.

 

     Ya no decimos poema, decimos texto, porque nos parece más verdadero, más exacto. Un texto es una estructura, una construcción, un tejido de signos y símbolos, un objeto relacional abierto a la contemplación y a la interpretación. Un poema es, en cambio, una forma predeterminada por la tradición literaria, de la expresión verbal o escrita que contiene o puede contener poesía, o más exactamente, producir una reacción poíetica en quienes lo abordan o reciben. El texto, por el contrario, es un fluido libre que puede albergar un contenido capaz de producir en el receptor un desencadenamiento de la poiesis como principio creador y de establecer sus propias dinámicas y relaciones, a veces no sólo lingüísticas o conceptuales explícitas, que emana del ser del hombre o del ser de las cosas con las que el hombre entra en contacto. 

 

     El arte todo es hipertextualidad, y eso lo entendemos de una manera simple desde el momento en que admitimos el carácter dialógico de toda creación artística, incluida la literatura, según lo advertía MijailBajtin. Todo artista establece siempre relaciones dinámicas con su entorno para poder dar forma a su obra como representación viva de una experiencia dada que, de alguna manera, se integra luego a toda una serie de experiencias previas y ajenas presentes como memoria colectiva, como “cultura”, como lenguaje, es decir, como hipertexto. Un cuadro, una escultura, una composición musical o un texto literario no son más que un acumulado de interrelaciones, de intertextualidades que toman forma valiéndose de la destreza, la habilidad o el oficio de alguien a quien la historia llamará luego Homero, Fidias, Sófocles, Miguel Ángel, Mozart, Van Gogh, Joyce, Marcel Duchamp o John Cage, pero que a la larga no importarán más que como obra de humanidad, como realización de la poiesis en el ámbito de la vida humana. Precisamente John Cage, uno de los más conocidos y singulares artistas de nuestra época, es un ejemplo bastante ilustrativo al respecto. Su propósito, su búsqueda es esencialmente experimental y desde allí desarrolla una ejemplar revolución hipertextual en su momento. Lucrecia Piedrahita, curadora y crítica de arte, nos dice de John Cage que fue: “…un constructor de puentes para la música, las artes y la tecnología del futuro, una autoridad sin límites que supo componer con una caligrafía distinta para mostrarnos que todo es susceptible de reorganizarse, de repensarse para generar estados emotivos y sensoriales, y ante todo para crear un objeto nuevo que ya no pertenece a nadie”. Esos “puentes” entre la música, las artes y la tecnología, son evidentemente los vínculos que, dentro de la hipertextualidad, Cage asume conscientemente para permitir que su arte refleje, transmita y provoque en su oyente, en su espectador y “lector-receptor” una análoga experiencia de complejidad, de riqueza, de extrañamiento, de asombro y de belleza como la que ha encontrado en él mismo.  Esta manera de entender el arte no es nueva sin embargo. En el fondo, todos los grandes artistas según su época y sus circunstancias han vivido y expresado la hipertextualidad en una u otra forma.

 

     Algunos poetas de nuestro tiempo registran la presencia del hipertexto a veces de manera sutil, como el poeta cubano José Kozer cuando escribe: “…El (…) poema (…) revela el momento histórico en que vivo, y ese revelar es inescapable, séase Shakespeare o Amado Nervo. Estamos incrustados en una situación procelosa, auténtico hervidero de suscitaciones, de la que un poeta vivo y atento, puede (y debe) extraer mundos enredados, y a la vez ordenados (desde el inconsciente y desde el oficio y su aprendizaje) (libertad y disciplina: que en el fondo acaban de ser lo mismo): mundos que acogen materiales de acarreo y luminosidades ulteriores. Todo cabe en el poema actual; y a Bach y una de sus maravillosas cantatas lo podemos acompañar, sin que implique una desarmonía, con un guaguancó”.

 

     Y un crítico reciente al referirse a Joyce y lo que logró dice también, pensando en el poder de una escritura hipertextual como la del Ulysses: “Donde está la verdadera anticipación, tiene que ver con el hecho de ir encontrando en el tiempo las asociaciones y las relaciones, que lejos de ser infinitas y caprichosas, son necesarias y lógicas. De modo que se está ante un programa previsto por Joyce y fue el de irse haciendo en la visión de cada lector, en cada lectura. Pero si en lo escrito y en el supuesto de hallarse frente a acontecimientos de Dublín, en 1904, nos precipitamos a un panorama absolutamente actual, es casi un trámite preguntarse quién lee, quién nos lee. Y así como reconocemos la anticipación que supone la visión del futuro por parte de Joyce en la novela, podemos decir que Joyce nos lee cuando lo leemos. Quizá porque esta escritura –y lectura- no hace comunidad, en el sentido de establecer una pertenencia amparada por una paternidad que herede o suceda, sino que más bien retiene en un nombre, el de James Joyce, toda función rectora, Jacques Derrida cuestiona cualquier autoría en cuanto a los trabajos sobre la obra del genio irlandés, cuestiona hasta la autoría de los expertos y los miembros de las fundaciones y asociaciones que se fundan en relación a su memoria, pues, dice él, sus firmas son ilegítimas. Quien firma, hasta ahora sin haber sido heredado o superado, es el propio Joyce”.

 

     No creo necesario ni posible, desde una óptica al fin y al cabo precaria, abundar en este tema, sobre el cual, por lo pronto considero de  utilidad mantener siempre una mirada abierta y la disposición de seguir avanzando. Entre tanto, tal vez, podríamos concluir parcialmente que:

 

1. Hay que regresar a la poiesis como fuente de la creación en todos los órdenes de la vida.

 

2. El arte como búsqueda de lo absoluto y realización cabal del ser humano, el arte como la téchne aristotélica, vuelve a ser posible en la integración, la visión de totalidad, instantaneidad, pluralidad y fluidez que nos permite el hipertexto.

3. El concepto de poeta ya no se reduce a la figura del productor de textos particulares, con un lenguaje privado, solipsista, sino que se extiende, se expande al del intérprete y creador en general de hipertexto (filósofo de redes, lingüista, investigador, diseñador, analista de nodos de significación, ingeniero de programación e inteligencia artificial, etc) que busca encontrar el sentido de lo humano, lo verdadero, lo bello y lo útil en armonía constante con la vida.

 

4. Se desacraliza la figura incidental, aislada del artista como autor único, original, y se instaura el reino sin linderos de la Poiesis como hipertexto mismo. “La poesía hecha por todos”, como decía Lautréamont.  

 

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Del libro inédito, A contra/sombra, 2012

 

 

 

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